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Los inicios de la Bioética en Odontología (1)

En el tratado titulado “Epidemias I”, atribuido a Hipócrates, se lee lo siguiente: “Declara el pasado, diagnostica el presente, pronostica el futuro. En cuanto a las enfermedades, acostúmbrate a hacer dos cosas: ayudar y no causar daño...” (Foto: brett-jordan/unsplash)

mar. 7 septiembre 2021

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El Dr. Javier Sanz, Académico de Número de la Real Academia Nacional de Medicina de España y Magister en Bioética Clínica, aborda en este primero de tres artículos la historia de los inicios de la Bioética, una ciencia que ha adquirido una importancia capital debido a los avances de la medicina, la tecnología y, más recientemente, la pandemia de Covid-19.

Es bien sabido que, en la civilización occidental, la ética médica hunde sus raíces en la medicina helénica, helenística y romana, con especial significación en el Corpus hipocrático1. En este repertorio, crucial para el desarrollo de la Medicina, abundan pasajes que marcan un comportamiento ideal al que tender en la relación entre el médico y el enfermo, o el paciente. Uno de los más significativos es el que aparece en el tratado titulado “Epidemias I”, atribuido al propio Hipócrates por algunos estudiosos, donde podemos leer lo siguiente: Declara el pasado, diagnostica el presente, pronostica el futuro. En cuanto a las enfermedades, acostúmbrate a hacer dos cosas: ayudar y no causar daño... Desde entonces más de dos milenios han transcurrido con un propósito de “bien obrar” en el médico y para el enfermo, salvo puntuales casos y momentos “oscuros” que han de ser tenidos como excepciones.

De otro lado también es bien sabido, y se resume grosso modo en una frase que ha hecho fortuna no sin razón, que “la Medicina —valga para sus especialidades, entre ellas la Odontología— ha avanzado más en los últimos treinta años que en los últimos treinta siglos”, lo cual se debe a algunos factores, entre los principales al menos estos cuatro: el desarrollo espectacular de la Biología, la toma de conciencia de los riesgos de la investigación científica, la aplicación de las nuevas tecnologías a la Biomedicina, y la emancipación de los pacientes. Pues bien, es superada la mitad del siglo pasado cuando tiene lugar el nacimiento de la Bioética como disciplina autónoma y, ya, de evolución imparable2.

El teólogo alemán Fritz Jahr fue el creador del término “Bio-Ética” en 1927.

No obstante, a día de hoy siguen siendo mayoría los que atribuyen la creación del vocablo “Bioética” al bioquímico y oncólogo estadounidense Van Rensselaer Potter (1911-2001) a raíz de la publicación en 1970 de su artículo Bioethics: The science of survival3 y, sobre todo, de la edición de su capital libro Bioethics: Bridge to the Future (New Jersey, Prentice Hall, 1971), considerado como la pieza clave en el inicio de esta disciplina. Sin embargo, sensu estricto, la paternidad del vocablo le correspondería al teólogo protestante alemán Fritz Jahr (1895-1953), quien realizó tal aportación en un artículo editado nada menos que en el año de 1927 con el título Bio-Ethik: Eine Umschau über die ethischen Beziehungen des Menschen zu Tier und Pfl anze4.

Quiere decirse que si bien a partir de los trabajos de Potter la bioética vivió una eclosión, surgida de los interrogantes que planteó el mencionado desarrollo espectacular de la biología, que suscitó cuestiones inimaginables anteriormente que bien pueden resumirse en la cuestión clave acerca de si todo lo técnicamente posible que afecta al ser humano o al planeta es éticamente acceptable, no por ello muchos aspectos de los que hoy se ocupa esta especialidad fueron ignorados; antes al contrario, pues alguno, refiriéndonos ya a la Odontología, fueron planteados casi a mediados del siglo XIX, si bien ajenos a una corriente caudalosa como la que se iniciaría a raíz de los trabajos de Potter y otros autores de su tiempo tan fundamentales como T.L. Beauchamp y J.F. Childress con su obra Principles of Biomedical Ethics (New York, Oxford University Press, 1979).

Se considera que el bioquímico y oncólogo estadounidense Van Rensselaer Potter es el promulgador de la bioética, disciplina que adquirió gran relevancia a raíz de la publicación de su libro “Bioethics: Bridge to the Future”.

El primer Código de Etica Odontológica

Así, el “Code of Dental Ethics” fue adoptado en la VI Reunión de la American Dental Association (ADA), celebrada en la temprana fecha de 1866, lo cual supuso un claro avance. El presidente del comité fue George Watt (1820-1893), médico, dentista, profesor de química y metalurgia en el Ohio College of Dental Surgery y editor, con J. Taft, de algunas publicaciones odontológicas como “Dental Register of the West” y, después, del “Ohio Journal of Dental Science”, además de ejercer como presidente de la ADA. Este temprano código, que dio la pauta a posteriores códigos éticos de diversas sociedades dentales de ámbito local o regional, constaba de cuatro artículos: I.- Deberes de la profesión con sus pacientes. II.- Mantenimiento del carácter profesional. III.- Deberes relativos de los dentistas y los médicos. IV.- Deberes mutuos de la profesión y el público. A vista de pájaro pudiera parecer que se trataba más de un asunto deontológico que propiamente bioético, sin embargo no sería acertado delimitar de un tajo ambos aspectos pues, además, mantienen cierta relación.

La ética es la ciencia de vivir correctamente. Por vivir correctamente se entiende que un hombre debe conducirse de tal manera que haga justicia completa a la comunidad en general, a cada hombre con el que entra en contacto, y a sí mismo.

Particularmente interesante fue la aportación posterior del dentista y escritor norteamericano, Benjamin Adolph Rodrigues Ottolengui5 (1861-1937) sobre un asunto que conmovió la práctica dental de su tiempo como fue el de las patentes. Un importante trabajo suyo fue leído ante la National Dental Association en 1911 y publicado ese mismo año en “The Dental Cosmos” con el título Dental Ethics and Dental Patents6. Para este ilustrado dentista, la ética es la ciencia de vivir correctamente. Por vivir correctamente se entiende que un hombre debe conducirse de tal manera que haga justicia completa a la comunidad en general, a cada hombre con el que entra en contacto, y a sí mismo. El hombre más ético hace justicia en el orden citado: primero a la comunidad, luego a su vecino, y luego a sí mismo. De entrada, Ottolengui reconoce con categoría de ciencia a la “ética general”, para después abordar la definición de “ética dental”, sobre la que así opina y ya entra de lleno en el asunto que entonces preocupaba a buena parte del colectivo odontológico de los EE UU: las disputas sobre la patente del caucho, material usado como base de las dentaduras:

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¿Qué pasa con la ética dental? ¿Puede la ética dental, en cualquier sentido, ser ética si en la práctica trasciende las reglas de la ética general, las reglas de la vida correcta, la regla de dar a cada hombre un trato justo? La proposición se responde a sí misma. La ética dental no puede contradecir más la ética general de lo que puede tener una ordenanza si es contraria a los estatutos del Estado, o la promulgación legislativa puede durar si se considera que se opone a la ley de la Tierra. Por lo tanto, la ética dental puede medirse según los estándares de la ética general, y cualquier inequidad así encontrada debe invalidar la regla; de hecho, cuanto antes se aboliera tal regla, mejor, pues de lo contrario la inequidad podría convertirse en un manto para la inequidad, tal como ocurrió con las reglas no escritas de la ética dental en relación con las patentes dentales.

Ottolengui concluía proponiendo que aquel código ético de 1866 anteriormente citado incluyera a partir de ahora un apartado dedicado a las patentes, para que los inventores de cualquier adelanto en el campo odontológico no quedaran a la intemperie si podía aprovecharse cualquier dentista en su propio beneficio, todo ello tras razonar cabalmente de la siguiente manera: ¿Cree que nuestro arte podría haber alcanzado la etapa actual de la perfección sin la cooperación seria de nuestros fabricantes de productos dentales? y ¿cree que estos fabricantes podrían haber sido inducidos a invertir su capital sin la protección que ofrecen las patentes?

Ambas aportaciones, medio siglo de por medio, quizá sean las más significativas en lo relativo a la ética que podríamos etiquetar de “odontológica”; sin embargo hubo de por medio y en lo sucesivo algunas iniciativas, si bien dispersas, presentadas en reuniones, congresos o insertas en las múltiples revistas, preferentemente norteamericanas, de aquellos tiempos. Estos escritos, en definitiva, fueron redactados con buena voluntad y cierta experiencia aunque más bien pertenecen al ámbito legal, pero sin un sistema metódico sobre el que construir las bases de una ética propia de la odontología y de la profesión odontológica.

Pero si fuera obligatorio proclamar un precursor de una “Bioética odontológica” seguramente convergerían los expertos en el nombre del dentista norteamericano Edmund Noyes, gracias a la publicación de una obra de su autoría que hay que considerar de referencia y que fue editada por primera vez en 1915 bajo el título de “Ethics and Jurisprudence for Dentists”.

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El Dr. Javier Sanz es Académico de Número de la Real Academia Nacional de Medicina de España, Magister en Bioética Clínica por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y Profesor de “Historia de la Odontología y Bioética” (UCM).

NOTA. Este artículo fue publicado originalmente en “Odontólogos de Hoy”, la revista más leída por los odontólogos españoles, y se reproduce con permiso de dicha publicación.

Lea la semana que viene la segunda parte de este artículo: Edmund Noyes. Semblanza. biográfica

 

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