Estoy totalmente convencido que la pandemia del Covid-19 producirá un reordenamiento del universo, de la tierra y de la naturaleza, que detrás de todo lo que nos está pasando se encuentran enseñanzas y respuestas, positivas y negativas. Estoy seguro también de que nada volverá a ser como antes.
DIGNIFICANDO LA ODONTOLOGIA
“Nuestro objetivo no puede ser comprar todo el papel higiénico posible”.
Hoy, en el desayuno, mi hija mayor Vanessa me comentó que ella no había caído en cuenta de lo antihigiénico que es el soplar las velas de la torta de cumpleaños. Y sí, estas cosas simples jamás volverán a ser vistas como normales, no creo que luego de esta pandemia y de todas las medidas de protección, prevención y actuación, volvamos a ser como en el pasado. Sin distinción de credo, raza, cultura, profesión, cuenta bancaria, empresario u obrero, este microscópico y letal enemigo nos está haciendo caer en cuenta que todos somos seres humanos frágiles, cuando antes de esta dura prueba nos creíamos invencibles.
Nuestra forma de actuar y de tratar al prójimo debe estar basada en el sentido común. He visto maltratos de empleadores para con sus empleados y de los empleados con sus empleadores, todo es de doble vía. Ahora no se trata de que unos estén arriba y otros abajo, se trata de que todos debemos remar en la misma dirección, con el norte del bien común. Solo así podremos lograr sobrevivir y dejar un futuro próspero para las siguientes generaciones.
Habrá quienes viven con mejor confort que otros, pero se puede vivir con menos y ser feliz. Este virus nos ha recordado que todos estamos interconectados y que lo que hagas a un individuo tiene un efecto inmediato en otros, el conocido efecto dominó en el que las fichas van cayendo una tras otra secuencialmente. El estar “encerrados”, en medio de comodidades unos y en medio de penurias otros, nos pone a reflexionar que los estándares de comodidad, lujos, excesos o caprichos sociales al final de este ejercicio de confinamiento veremos que tienen poco valor, ya que el virus no pide permiso para cambiar vidas.
Este confinamiento nos ha revelado lo corta que es la vida y que debemos trabajar en conjunto con nuestros vecinos y colegas, que la sociedad debe estar unida. La principal enseñanza de todo esto ha sido valorar y aceptar que nuestra labor más importante es ayudarnos entre todos, volver nuestras miradas hacia las personas mayores o los enfermos.
Nuestro objetivo no puede ser comprar todo el papel higiénico posible. Nuestra sociedad se volvió materialista, consumista, nos volvimos compradores compulsivos, egoístas. Pero en estos momentos de dificultad es cuando debemos reaccionar y evaluar que es lo que en realidad necesitamos. Pensemos que cuando somos egoístas le quitamos posibilidades a nuestros conciudadanos de tener sus necesidades básicas cubiertas.
Ante esta pandemia podemos ser pacientes o caer en situaciones de pánico. Esta situación se ha presentado innumerables veces en la historia de la humanidad, basta con que recordemos la peste negra o peste bubónica o muerte negra, causada por la bacteria Yersinia pestis, tal vez esta ha sido una de las pandemias más devastadoras en la historia de la humanidad. Afectó a Europa en el siglo XIV y alcanzó su punto máximo entre 1347 y 1353, matando a más de un tercio de la población europea. Estas pandemias tienen etapas: inicio, progreso y solución, cuyos momentos se pueden ver cómo el fin del mundo y en consecuencia causar más daño que tranquilidad.
“Esta pandemia nos está dejando un mensaje fuerte y claro, depende de nosotros que sea el final o un nuevo comienzo”.
Todas estas vivencias nos han hecho recapacitar y valorar lo importantes y valiosas que son nuestras familias y nuestros hogares. El pasar más tiempo en nuestras casas nos ha ayudado a valorar el estar con nuestros hijos, cónyuges, padres, mascotas, darle un valor que es incalculable a ese tiempo con nuestros seres queridos. A esto lo llamo calidad de vida. Aun en medio de estas adversidades, hemos logrado fortalecer los lazos familiares que son el sostén mental y espiritual de todo ser humano. Esta pandemia nos está dejando un mensaje fuerte y claro, depende de nosotros que sea el final o un nuevo comienzo. s
Puede ser un tiempo de reflexión y entendimiento en el que aprendamos de nuestros errores, o puede ser el comienzo de un ciclo que seguirá hasta que aceptemos y pongamos en práctica la lección que tenemos que aprender. Muchas personas han aprovechado la aparición del coronavirus para fortalecer y reconstruir sus hogares. Esta epidemia nos está recordando a gritos que debemos tener controlado el ego. También nos ha puesto a pensar que no importa cuán importante creamos que somos, este virus detuvo el mundo entero, sacudiéndonos en lo más profundo de nuestro ser.
Aunque algunos ven el coronavirus como una gran amenza, yo prefiero verlo como la herramienta como un organismo que llegó para equilibrar una gran entidad biológica, para concientizarnos del grave daño que le hemos causado al planeta: a la naturaleza, a los bosques, mares, ríos y a nosotros mismos como seres humanos.
Nos equivocamos y ahora depende de nosotros tomar el rumbo correcto. Algo que debemos aceptar es que la tierra está enferma, mirar el nivel de deforestación con tanta preocupación cómo miramos la velocidad a la que desaparece el papel higiénico de los supermercados. Estamos enfermos porque nuestra madre tierra está enferma: el universo ha sido como un reloj, preciso y certero. Lo que sí ha sido una constante por siglos es que después de cada tormenta viene la calma, la historia plasmada en libros nos deja claro que la vida es una serie de ciclos y estamos viviendo tan solo una fase y que no debemos tener miedo; más bien debemos aprender a respetar la vida y su entorno hasta que la normalidad retorne a nuestro diario vivir.
La salida de esta crisis se encuentra en gran medida en nuestras manos. Tenemos dos caminos en el panorama; el correcto sería cooperar y ayudarnos entre todos, compartir, dar, ayudarnos unos a los otros. O podemos elegir ser irracionales, mezquinos, y pensar de manera egoísta y egocentrista.
Muchos somos odontólogos independientes y nuestros ingresos dependen exclusivamente de nuestro trabajo. Somos conscientes de las dificultades económicas que está situación nos podrá acarrear, pero ante esta seria amenaza el dinero es secundario.
Por favor NO salgan si no es estrictamente necesario. Esta es una situación que, con fe en Dios y si tomamos conciencia, colaboramos y somos solidarios, superaremos y que nos dejará enseñanzas y muchas cosas positivas que hoy todavía no podemos ver.
El doctor Enrique Jadad Bechara es Especialista en Rehabilitación Oral, investigador y conferencista con práctica privada en Barranquilla, Colombia. Fundador del Grupo Dignificar la Odontología.
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