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Formación 6
 Excelencia técnica y responsabilidad ética

La formación no solo debe incluir competencias técnicas, sino también valores, derechos del paciente y nociones de derecho sanitario. Fotos: UIC Barcelona
Elisa Sanagustín

Elisa Sanagustín

Ignacio Macpherson Mayol

Ignacio Macpherson Mayol

mar. 28 octubre 2025

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Los autores describen las ventajas de nuevas tecnologías en este sexto artículo de la serie de Dental Tribune sobre Formación, pero plantean  incluir urgentemente en los estudios conceptos más humanistas que técnicos para los nuevos profesionales de la salud oral.


Autores: El Dr. Lluís Giner Tarrida es Decano, Facultad de Odontología, Universidad Internacional de Catalunya.
El Dr. Ignacio Macpherson Mayol es Profesor titular de Bioética, Universidad Internacional de Catalunya.
La Dra. Elisa Sanagustín Sánchez es Manager, Facultad de Odontología, Universidad internacional de Catalunya.


 

 Formación 6 

En el ámbito de las profesiones de la salud, la formación práctica del alumnado es un componente esencial. En el caso de la Odontología, esta característica adquiere una singularidad relevante. A diferencia de otros estudios de ciencias de la salud, como medicina, enfermería o psicología —donde el estudiante acompaña al profesional sin asumir directamente el diagnóstico ni el tratamiento—, en Odontología el estudiante, bajo supervisión directa del profesorado, es quien realiza ambos procedimientos clínicos.

 

Los principios de la ética, el respeto a la autonomía del paciente y la primacía de su dignidad deben estar presentes en cada acto clínico.

 

Esta particularidad, presente en muchas facultades de Europa y especialmente en España, subraya la necesidad de una formación preclínica rigurosa, no solo en términos fisiopatológicos y técnicos, sino también en el desarrollo de habilidades psicomotrices, indispensables antes de acceder a la atención directa de pacientes.

Tradicionalmente, esta preparación se ha basado en seminarios de casos clínicos y en simulaciones con fantomas o modelos plásticos, diseñados para reproducir situaciones clínicas reales. Sin embargo, un número creciente de facultades hemos comenzado a integrar tecnologías de realidad virtual inmersiva, lo que representa un avance significativo en la personalización del aprendizaje.

 

¿Están nuestros estudiantes igual de preparados en el aspecto humano y ético que en el técnico?

 

Estos sistemas permiten al estudiante practicar procedimientos clínicos de manera repetida hasta alcanzar el dominio requerido, en un entorno controlado que replica la patología real del paciente. Además, incorporan mecanismos de evaluación objetiva, eliminando la necesidad exclusiva de rúbricas subjetivas. Es el propio sistema, calibrado por el profesorado, el que determina si la práctica ha sido superada con éxito, lo que mejora la fiabilidad de la formación técnica.

Pero este progreso en las herramientas de enseñanza plantea una cuestión fundamental: ¿están nuestros estudiantes igual de preparados en el aspecto humano y ético que en el técnico?

La atención clínica exige más que habilidad: requiere sensibilidad, respeto y empatía hacia un paciente que, por definición, se encuentra en una situación de vulnerabilidad. A diferencia del componente técnico, donde existen procedimientos claros de evaluación, asegurar la formación en ética, profesionalismo y humanismo es mucho más complejo.

Aquí es donde el rol del profesorado clínico cobra especial relevancia. La vigilancia sobre las capacidades técnicas del estudiante suele estar bien definida —nadie permite la realización de una anestesia troncular sin una capacitación demostrada—, pero el acompañamiento en la formación ética requiere una implicación más profunda y transversal.

La enseñanza de la ética debe integrarse en la práctica diaria: la aplicación de los principios fundamentales de la ética, el respeto a la autonomía del paciente y la primacía de su dignidad sobre cualquier otra consideración deben estar presentes en cada acto clínico. La formación debe incluir no solo competencias técnicas, sino también valores, derechos del paciente y nociones de derecho sanitario.

 

Quizás sea el momento de plantearse la inclusión en el currículum de Odontología de una materia que garantice una actuación mucho más humanista que técnica.

 

Un aspecto clave que el alumno debe comprender es que, si bien puede estar académicamente autorizado para realizar determinados procedimientos, debe evaluar honestamente si está capacitado para llevarlos a cabo. La comunicación sincera con el profesorado y el reconocimiento de las propias limitaciones son fundamentales para un ejercicio clínico responsable.

Esta reflexión no solo aplica al estudiante, sino también al profesional en ejercicio. Aunque legalmente autorizado para realizar todos los actos propios de su profesión, ningún odontólogo puede dominar con la misma precisión todas las áreas. La lex artis exige una actuación prudente y honesta: cuando no se dispone de la competencia necesaria para un tratamiento, lo correcto es solicitar ayuda o buscar formación adicional en el ámbito correspondiente.

 

El campus de la Facultad de Odontología de UIC Barcelona, que ofrece una amplia serie de programas de estudio y cursos de postgrado.

 

El código deontológico de España señala con claridad que el dentista, “principal agente de la preservación de la salud oral, debe velar por la calidad y la eficiencia de su práctica…” Asímismo, “Son deberes primordiales del dentista, dado que su vocación consiste en defender la salud y aliviar el sufrimiento de sus pacientes, dentro del ámbito estomatognático, mediante un ejercicio profesional fundamentalmente humanitario:

 

1. El respeto a la vida y a la dignidad de las personas.

 

2. El cuidado preventivo, terapéutico y/o paliativo de la salud estomatognática de los seres humanos, y,

 

3. La promoción y protección de la salud dental de la comunidad.”

 

No parece que pueda existir duda de lo que es el deber profesional. El problema es la acción en sí.

Hace unos años experimenté en mi clínica esa perplejidad que todos los odontólogos acabamos padeciendo tarde o temprano. Uno de los profesionales que me auxiliaban realizó una serie de intervenciones con gran celeridad. Confiado por su currículum y su experiencia, pensé que la calidad de las intervenciones estaba garantizada, pero me equivoqué. Hubo que rehacer todos los tratamientos, con sus infinitas consecuencias. En esos momentos la reflexión no podía ser otra: ¿qué impulsa al odontólogo a realizar intervenciones desproporcionadas para sus conocimientos? A veces, la imprudencia, a veces la codicia y a veces, las dos cosas.

Sabemos que el deber de los académicos es corregir cualquier mala praxis que se detecte en la práctica clínica de los estudiantes, pero no nos engañemos, esa materia, la ética profesional, aunque presente en algunos planes de estudio, es más difícil de evaluar en la clínica. Como comentaba un colega, la ética se la trae uno de casa. Y es que existen algunas dimensiones en nuestra profesión que trascienden los conocimientos y las habilidades: son las actitudes, como dicen los pedagogos. Son las más difíciles de inculcar y, a la vez, las más necesarias, porque un profesional debe conocer sus propias limitaciones, es decir, debe conocerse a sí mismo.

Quizás es el momento de plantearse la inclusión o la adaptación, en el currículum de Odontología, de una materia que penetre en los engranajes últimos de la actuación humana, una materia mucho más humanista que técnica.

 

 

 

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