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Djokovic y las vacunas (2)

El tenista podría haber infectado a muchas personas cuando decidió no llevar mascarilla después de dar positivo para covid-19, lo cual es un comportamiento negligente.

lun. 17 enero 2022

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La vacunación se ha vuelto un arma arrojadiza. Y en Australia, como no podía ser de otra forma, se parece a un boomerang. Pero al igual que sucede con esa singular arma de los aborígenes de esas tierras, lanzar un proyectil contra la vacunación puede tener un efecto rebote de sorprendentes consecuencias.

Eso es precisamente lo que ha sucedido ahora con la deportación de Novak Djokovic, que ya no podrá ganar por décima vez consecutiva el Open de Australia ni conseguir en ese torneo su Grand Slam número 21, que lo llevaría a ser el primero en la historia con ese increíble record deportivo (actualmente está empatado a 20 torneos con el suizo Roger Federer y el español Rafa Nadal).

Pero esa postura antivacunas puede acarrearle muchos problemas más al tenista número 1 del mundo. Si Djokovic no se vacuna, no podrá jugar por ejemplo en próximos torneos como el de Miami o el Roland Garros en París, con lo que obtener ese lugar en la historia que estaba muy cerca de conseguir es posible que se le escape. Esto sería una especie de suicidio profesional en una carrera deportiva como la suya, definida por la excelencia.

Es algo que no parece tener sentido. Pero las razones de las personas para no vacunarse son complicadas y ponen en la balanza no solo las libertades individuales y colectivas, sino también la percepción de las mismas y la profunda desconfianza de muchas en los gobiernos y en la ciencia.

“Si algo hemos aprendido en esta pandemia, es que la innovación científica que ha desarrollado vacunas en un tiempo récord es un ejemplo de rigor y eficacia con resultados tangibles y reproducibles”.

Como escribí en un primer artículo sobre Djokovic, existen razones históricas para esa desconfianza que van desde los experimentos de los Nazis con los judíos, los de la sífilis de Tuskeegee o las consecuencias imprevisibles de la Talidomida, un sedante que produjo malformaciones de nacimiento. En épocas más recientes, el movimiento antivacunas culpó a las inmunizaciones infantiles de causar autismo, sin presentar evidencia científica para justificarlo.

Curiosamente, pocas personas permitirían que sus hijos fuesen a un colegio donde pudieran contagiarse de enfermedades como la polio, la viruela, el sarampión o la tos ferina, que pueden tener consecuencias graves o incluso causar la muerte. Y la única razón por la que los niños pueden asistir a la escuela de forma segura es que la vacunación es obligatoria para todos los que están en edad escolar.

La ciencia bate récords

Si algo hemos aprendido en esta pandemia de covid-19, es que la innovación tecnológica y científica que ha desarrollado varios tipos de vacunas contra esta enfermedad en un tiempo récord es un ejemplo de rigor y eficacia con resultados tangibles y reproducibles.

El desarrollo de varias formas de inmunización en un año es algo que la humanidad no había visto nunca en su historia. Este desarrollo está vinculado a su vez a una multitud de avances científicos logrados mediante el trabajo de miles de personas, un trabajo y un esfuerzo que han salvado la vida de cientos de miles de personas. Se trata de resultados que parecen milagrosos, si no fuera por el hecho de que provienen de una larga historia de investigación que, en el caso de las vacunas de ARN mensajero, se remonta a más de 60 años. Es decir, que “la rapidez” con que se han desarrollado, que es uno de los argumentos que le parecen sospechosos al movimiento antivacunas, en realidad tiene un largo historial detrás1.

Igualmente, la fabricación y distribución de estos medicamentos, como también la coordinación a nivel internacional en los millones de centros de salud donde se han administrado estas inoculaciones, son hitos de la humanidad que tampoco se habían conseguido antes. Desde luego, se han producido muchos errores en esta compleja logística, y su distribución ha puesto de manifiesto también las grandes desigualdades existentes entre los países y las poblaciones que se han beneficiado primero de la vacunación y los que, por falta de recursos, han tenido que esperar.

Todos estamos cansados de esta larga pandemia, pero la situación creada a raíz de la detención y deportación de Novac Djokovic ha sido una suerte de telenovela en la que lamentablemente se ha jugado con la salud de la población. Los inevitables juegos de palabras aparecidos en las redes sociales sobre su nombre —como “No-vac” y “Yo-covid”— han desviado ligeramente la tensión surgida de este evento, que enfrenta a grupos de población en un momento en que todos deberíamos estar unidos.

Los tres jueces australianos que han decidido —en solo un día, y en domingo— la deportación de Djokovic, no han basado su razonamiento jurídico en los méritos del caso, sino en que el ministro de Inmigración de Australia tiene la potestad de cancelar la visa de una persona. Es decir, no han sopesado, por lo menos inicialmente, los argumentos legales que deberían considerar.

Djokovic ofrece un lamentable ejemplo con su postura contra la vacunación, porque esa posición puede llevar a otras personas a imitarlo, y eso puede tener consecuencias graves para muchas. Eso es precisamente lo que el gobierno australiano esgrimió como razón para deportar a Djokovic.

Se trata de un argumento lógico razonable, pero comete el error jurídico de atribuir a una conjetura como es la “posibilidad” de que otras personas imiten la actitud del tenista, el valor de un hecho. Pero incluso si fuera un hecho, no vacunarse no está considerado un delito. Quienes no se vacunan no pueden acceder a ciertos lugares públicos, pero eso es todo. En algunos lugares, se les impone un impuesto por los posibles gastos que puedan ocasionar.

Desgraciadamente, desde hace ya tiempo, la interpretación legal en muchos países se permite elucubrar sobre la posibilidad de que un acusado cometa, en un futuro indeterminado, una infracción, un delito o un crimen. Este tipo de razonamiento legal es peligroso porque infiere y pretende tratar como hechos cosas que no lo son.

En varios países se está penalizando ya a los antivacunas. En Grecia, por ejemplo, las personas mayores de 60 años no vacunadas tienen que pagar “una tasa sanitaria” de más de 100 dólares mensuales, aunque el gasto que pueden ocasionar al servicio de salud de un país sea mucho mayor. En Singapur desde el año pasado, la sanidad pública no cubre los gastos médicos de covid-19 a las personas que no estén vacunadas y en Austria se está estudiando poner una multa de más de 4.000 dólares.

En el caso específico de Djokovic, su posición antivacunación no tiene ninguna base en la evidencia científica. El tenista, además, ha tenido un comportamiento totalmente negligente después de haber sido infectado con covid-19. De hecho, días después de haberse contagiado, fue a una entrevista con un periódico deportivo francés y a un acto público, donde podría haber infectado a otras personas.

Después de casi dos años de pandemia, todos los países necesitan reactivar sus economías y reducir confinamientos. Los políticos calculan, según soplen los vientos, cuáles son los beneficios de adoptar confinamientos más restrictivos de la población, regular el comportamiento de las personas en lugares públicos, instituir la obligatoriedad de las vacunas o penalizar a quienes no sigan las normas de salud pública.

Las restricciones que coartan las libertades individuales o colectivas nunca son buenas, pero en casos excepcionales como el de la pandemia mundial de covid-19, son desgraciadamente necesarias para comenzar el largo camino hacia esa prometida “nueva normalidad”.

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Javier Martínez de Pisón es Editor y Director de Dental Tribune Latinoamérica.

Referencias

Ver Djokovic y las vacunas (1)

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