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El suplicio de ser odontólogo hoy día

Enrique Jadad Bechara

Enrique Jadad Bechara

lun. 27 agosto 2018

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Desde hace unos meses el tema de moda entre los odontólogos en Colombia y en otros países de Latinoamérica es lo difícil que se ha vuelto trabajar siguiendo y respetando las leyes que rigen a las profesiones de la salud.

Hace un par de semanas, un colega me dijo textualmente algo en lo que no estoy de acuerdo: "El problema de la odontología en Colombia son los odontólogos".

No, el problema es que no tenemos quién luche por nosotros en las altas esferas: me refiero al congreso y el senado de la República, allá es donde se hacen leyes que no tienen en cuenta lo que se vive en la odontología. Nos tratan como lo peor, como si fuéramos los más grandes delincuentes de la sociedad y —lo más raro—, es que dicen que esas leyes que nos imponen las crean odontólogos que saben lo que hacen. Esa es la mentira más grande que nos pueden transmitir los entes de control.

La verdad es que las leyes que rigen nuestra profesión la hacen personas que tienen intereses particulares y que no saben nada de nada de odontología, de nuestras dificultades para ejercer la profesión.

Hace 32 años me gradué y, sinceramente, vivo muy preocupado por todo lo que está sucediendo. De una forma u otra, ha llegado a generarme fastidio y recelo hacia mi profesión: son tantas las trabas y argumentos jurídicos, que hoy es casi imposible lograr habilitar ante los entes gubernamentales nuestros sitios de trabajo.

No me puedo imaginar todos los filtros, pasos, requisitos y gastos onerosos que deben realizar los nuevos profesionales para poder tener sus consultorios privados. Esta es la razón por la que optan por emplearse y trabajar a porcentaje en clínicas de grandes superficies que a su vez se aprovechan de las necesidades de estos jóvenes que soñaron algún día con ser odontólogos.

Preocupante es que los entes de control se aprovechen de nuestra necesidad, dando cursos, conferencias y charlas sobre las diferentes normas que se deben cumplir a cabalidad para poder obtener las famosas habilitaciones. La gran mayoría de estas conferencias son gratis y por esto las dictan muy superficialmente; luego ofrecen asesorías y seminarios más completos y es donde estos funcionarios le sacan provecho económico. Varias son las razones: el trabajo está mal, hay demasiada competencia y demasiados odontólogos y clínicas dentales en el mercado ofertando procedimientos a precios ridículos.

Para colmo de males, las entidades gubernamentales en vez de trabajar en conjunto con nosotros y de darnos apoyo, asesoría, educación, lo único que hacen es torturarnos psicológicamente de tal forma que si no cumplimos la ley nos cierran o, como mínimo, nos multan. ¡Qué inhumanos son! Sabiendo que no a todos los odontólogos les va bien, que la ley es compleja y no es fácil de implementar; no entienden que cada consultorio es un mundo aparte y que necesitamos asesoría personalizada para poder cumplir con las normas y puntos que nos exigen.

La queja general de los colegas frente a estos entes de control es que no nos tratan como seres humanos, sino como máquinas; que debemos hacer lo que ellos digan y nada más, ni siquiera nos protegen de la competencia desleal de laboratorios o empíricos que no cumplen con ninguno de los requisitos exigidos por ley para atender seres humanos, llámense pacientes.

Ante esto, las entidades reguladoras de la salud se escudan en que no les toca vigilar estos temas, que le corresponden a la fiscalía y a las entidades policiales. Estos casos no prosperan porque nadie denuncia y las entidades gubernamentales de control solo actúan si hay una demanda.

En nuestros países, ser ilegal paga; suena duro y crudo, pero es la realidad.

Otra gran causa que ha generado la paupérrima situación laboral de los odontólogos son los pacientes: no valoran lo que hacemos porque saben que hay dónde escoger en la avalancha de ofertas absurdas, de promociones de 2 por 1, consulta gratis; hágase esto y le encimamos esto otro, en fin, los pacientes no siguen los consejos ni las indicaciones que les damos.

Al final, el éxito de un tratamiento depende de su cuidado y de las revisiones periódicas donde prevenimos daños. Pero para muchos pacientes esto no tiene importancia, se ausentan de sus citas de control durante años y cuando vuelven es porque tienen una urgencia o les ha fallado una restauración: realmente, no asimilan su papel y su responsabilidad.

Entiendo que la odontología en Latinoamérica en general está pasando un pésimo momento. La solución debe girar hacia la unión, a organizarnos para luchar por el bien de todos. Al tiempo invertido en adquirir el conocimiento y al dinero invertido, agréguenle las enfermedades que el estrés hace en nuestra humanidad; es triste ver cómo todo se esfuma, como una profesión es pisoteada por personas e instituciones sin escrúpulos.

Pero me corrijo: parte del problema sí somos los odontólogos, que somos especialistas en no hacer nada por nosotros hasta el día en que el agua llegue al cuello, y ahí sí corran a pedir auxilio. Parte del problema sí somos nosotros porque muchos se volvieron esclavistas sin pudor, muchísimos otros se volcaron a regalar el trabajo con promociones absurdas para captar pacientes, haciendo sobre tratamientos para generar dinero, olvidándose de la ética.

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